“Temibles exámenes de enero” por Lucía Bermúdez
¡Por fin! Por fin somos libres. Adiós a las fatídicas tardes de biblioteca, adiós a los eternos suspiros, a los tirones de pelos y a las enormes tazas de café nocturnas. Por fin hemos acabado el sufrimiento.
Ay, hija, deja de quejarte -me han estado diciendo mis padres durante todas las Navidades. A quien no lo entienda le puede sonar a exageración, es verdad, pero solo los universitarios sabemos lo que de verdad significan los temibles “exámenes de enero”.
La anatomía (siento abrir la herida, chicas de medicina) del examen es la siguiente: un mes antes estás tranquila, pasando por la biblio de la resi a ver si ves a alguna concentrada con la que hablar y a la que distraer. Entre meriendas, risas y conversaciones de besugos llegan las dos semanas de antes. Te dices a ti misma: “bueno, ya es hora de empezar en serio…”, sabiendo que eso no va a ocurrir y que vas a quedarte dormida encima de la mesa de tu habitación. Cuando te despiertas, te empiezas a agobiar, eso es así, abres los apuntes que tu amiga la de primera fila te ha pasado y los empiezas a leer. Los días pasan y te das cuenta de que no llegas, de modo que te encierras con tus auriculares con cancelación de ruido o, las más valientes, las orejeras anti-ruidos, y tu vida pasa a resumirse en tres palabras: folios, muchos folios.
Pero al final, estudies la carrera que estudies, te das cuenta de que todo ese esfuerzo ha merecido la pena. Has terminado, las largas noches e imparables lágrimas han dado su fruto, y, por fin, puedes dormir esa siesta por la que te sentías tan culpable hace apenas unos días. Los exámenes de enero son demasiado intensos -como este mismo texto- y por ello, más que nadie nos merecemos disfrutar de ese codiciado tiempo “perdido” con nuestros amigos y familia. ¡Feliz libertad, chicas!
Lucía Bermúdez.
2º del Doble Grado en Comunicación digital y Periodismo